viernes, 11 de septiembre de 2009

LAS DOS CARAS: REFLEXIONES SOBRE LA DIALÉCTICA

"Cómo se repiten los juegos. Calzamos en moldes más que usados, aprendemos como idiotas cada papel más que sabido."

Rayuela, Julio Cortazar


El título de esta entrada puede parecer muy complejo, un tema de intelectuales y académicos que no se entiende si no ha sido estudiado, que no se somete a las reflexiones mundanas de un individuo cualquiera, y sin embargo, es un tema que todos hemos abordado y pensado en diferentes momentos de nuestra existencia. Recordemos que el hecho de no atribuirle/saber el nombre de determinadas cosas, procesos o actos, no elimina su contenido, que de hecho es previo a esa denominación.


Para dejarlo más claro digamos que el hecho de que no sepamos que un determinado proceso, acto, o cosa es o está impregnado de dialéctica, no significa que no lo sea. Si hemos pensado en el amor, por ejemplo, y en como éste fenómeno afecta a los individuos involucrados, debido al comportamiento de uno con respecto al otro y viceversa, entonces hemos pensado en un proceso dialéctico. Que nuestra forma de pensarlo, reflexionarlo o analizarlo se exprese en un lenguaje menos científico (pensando en una esquematización teórico-metodológica), no invalida nuestras conclusiones o el acercamiento real al contenido del concepto “dialéctica”.


Esto se aplica a cualquier otra categoría de análisis, concepto, proceso o fenómeno que haya sido nombrado de “x” o “y” forma por los científicos, intelectuales o estudiosos. Pues pensar de forma contraria -considero yo- significaría establecer fronteras segregadoras y excluyentes que ponen en evidencia el intento de crear jerarquías en la aprehensión del conocimiento, lo que nos lleva a la “mistificación del experto”[1], ya no sólo el político, sino cualquiera que como profesionista en determinado tema se considera y es considerado más apto que el resto para hablar sobre lo que él comprende y los otros no.


Sin embargo, es necesario reconocer, que nuestro acercamiento hacia determinado conocimiento, hacia el contendido cognoscible de las cosas, los procesos, los fenómenos, las acciones, etc., no es ni puede ser tan preciso como el del “experto” puesto que la forma en la que nos aproximamos a una determinada fracción de la realidad es dispersa, desordenada y hasta cierto punto inconsciente. No sabemos que eso que estamos pensando, reflexionando y conociendo ya ha sido estudiado bajo parámetros teórico-metodológicos, y que como producto de ese acercamiento consciente, se a esquematizado, categorizado, nombrado y convertido en un concepto útil para el análisis de una parcela mayor o diferente de la realidad.


Es por ello que a mi me provoca conflicto la herramienta obligatoria llamada “cita” que utilizamos en toda investigación que pretenda tener un poco de seriedad y rigor científico. Porque me parece inaudito darle crédito a una determinada persona por las reflexiones que yo hago, y que según los registros escritos, esa persona ya ha hecho antes de que yo naciera siquiera. ¡Pero claro! ¿Cómo iba a ser lo contrario? Toda reflexión, todo pensamiento, toda acción, todo proceso, ya se a experimentado o ha acontecido repetidas veces. Esta es sólo otra expresión de la apropiación y la privatización del conocimiento como bien enajenado por el individualismo surgido del pensamiento liberal que rige las relaciones sociales y al mundo desde hace tiempo.


Es de hecho, el proceso dialéctico constante, inherente al ser humano en tanto ser social, el que determina el desarrollo de conocimiento desde las comunidades sociales más antiguas hasta la actualidad. Todo intercambio e interacción entre individuos, esencia de las relaciones sociales más básicas da como resultado la creación de conocimiento a partir de un proceso eminentemente dialéctico, creciente e integrativo que no podemos negar.


Por tanto, el conocimiento, producto de la dialéctica como esencia de las estructuras sociales, como elemento social y no individual, no puede ni debe ser privilegio ni puede ser propiedad de nadie. Socialicemos el conocimiento, socialicemos la información, demos pie a la construcción de sociedades conscientes, cultas, informadas, hagamos de estos elementos, no un derecho humano, sino una obligación contra la decadencia de la posmodernidad.



[1] Me baso en el concepto de “mistificación del experto” que usa Marcos Kaplan: La instancia política y el personal político en Kaplan, Marcos, Estado y sociedad, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1987, pp. 147-149.

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