domingo, 13 de septiembre de 2009

DESPERTAR

De repente, un pensamiento cualquiera atraviesa mi mente sin dejar recuerdo alguno… Imágenes se aglomeran en mi cabeza sin orden, se amontonan poco a poco, cada vez son más; es una especie de máquina vieja –me refiero a mi cerebro-, enorme y poderosa, usada, que al ser prendida hace ruidos estruendosos y se mueve lentamente, como con un enorme esfuerzo.

Las imágenes empiezan a cobrar sentido, se ordenan, los conjuntos toman formas variadas, ideas, frases, pensamientos que ya se integran a mi memoria –al menos en la de corto plazo. La máquina toma velocidad, el movimiento dificultoso se convierte en acción continua, veloz, se puede sentir la inconmensurable fuerza del aparato; es una estructura compleja que toma su tiempo para trabajar, pero una vez puesta en marcha no se detiene, es capaz de todo.

Una luz blanca como niebla, no muy fuerte, incluso tenue pero penetrante, lo abarca todo, poco a poco se extiende y se descompone en múltiples colores que comienzan a dibujar contornos, contrastes de estos colores dan forma a objetos que se aclaran y definen, penetran mis ojos, se transfieren a través de impulsos eléctricos a mi mente, ésta reordena y traduce la información obtenida en conceptos aprehendidos con el tiempo.

Libros tirados, ordenados de forma incomprensible; un escritorio también con libros, una lámpara de metal, una computadora y una taza aún con café; pequeños muebles rústicos construidos por manos inexpertas están llenos de libros, documentos, periódicos y libretas que se apilan en pequeñas torrecitas de diversos tamaños; ropa amontonada o colgada en un ropero abierto; un baúl tan viejo y a la vez tan estético que parece diseñado así apropósito; ventanas sucias con barrotes adornan dos de las cuatro paredes blancas, algunos árboles y estructuras se ven borrosas al exterior, a través de los cristales empolvados.

El cuerpo, todavía algo adormecido, se mueve perezosamente, los ojos están ya completamente abiertos y el cerebro toma ritmo de mañana; las partes comienzan a articularse, son uno mismo cada vez más concientes de pertenecer a una identidad física específica, única. Soy uno mismo, me estiro y suspiro, sé que ayer la pasé bien porque esta mañana estoy sintiendo las consecuencias; ya me he dado cuenta que estoy en mi cuarto, apazguatado sobre mi cama, una cama muy cómoda: yo mismo hice la base y el colchón destartalado con los resortes de fuera en el cual intentaba dormir lo he cambiado por la delicia sobre la que me retuerzo ahora.

Me despierto tarde, la mañana del sábado se está terminando, y lo sé no porque mi reloj biológico esté bien adiestrado, sino porque –aparte de haberle dado una ojeada al teléfono celular que se encuentra en el buró pegado a mi cama- recuerdo que he pasado un viernes entre placeres destructivos y electrizantes, ingredientes que, por si solos, provocan sensaciones que estremecen mi cuerpo y mi mente, pero que combinados superan a cualquier droga existente. De sólo recordar siento un hormigueo que recorre mi piel, se detiene en mi sexo, mi espalda y mis extremidades como un reducto de la experiencia pasada.

Trato de recordar y recapitular los hechos del día anterior, de saborear -como se hace con una buena barra de chocolate negro-, los placeres mundanos que hacen nuestras trágicas vidas un poco menos dolorosas, un poco más manejables.

Logro recordar bien cada detalle y cada momento del día anterior porque mi cuerpo, mis sentidos y mi mente ya han dejado atrás la pereza del despertar, ahora trabajan con agilidad.

…Pero esos deliciosos recuerdos son historia para otro momento, y quizá, para otro lugar.

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