viernes, 13 de noviembre de 2009

VIDA Y COMBATE EN TEMPOS DE CRISIS

Mañanas tranquilas, residuos de sueños opiáceos y mucho descanso, excesivo descanso que el cuerpo resiente en una pesadumbre durante las primeras actividades del día que puede prolongarse incluso hasta el ocaso sometiendo el cuerpo a unas inmensas ganas de recostarse y soñar de nuevo, al tiempo que se resiste a caer para continuar las labores urgentes.

El trabajo fuerte y riguroso nunca ha formado parte permanente de mi vida, doy todo de mí sólo por momentos, largos momentos que a veces se convierten en resultados inmensos, estallido de bomba que nadie creyó posible debido a la pequeñez del aparato explosivo. La constante es otra, la de trabajo tranquilo, sin estrés ni presiones, sólo lo necesario para terminar lo urgente pero no lo importante o viceversa; jamás ambos.

Los momentos de intenso trabajo son múltiples, por ejemplo cada cierre de ciclo cuando todo se junta; y sin embargo, la bomba explota sólo una vez, no más, su vida después de ese momento de clímax ha finalizado. Habrá que construir otra bomba y mientras tanto, el silencio se hará, la tranquilidad permanecerá, una constante mayor a la del proceso de estallido del artefacto mencionado, el del aletargamiento, la procrastinación.

El desencanto parece ser el culpable de esta miserable actitud, pero el desencanto no es una condición de vida, uno adquiere el escepticismo hacia el progreso que requiere la consecución de una cadena de eventos, arduos esfuerzos, moderación que se resista a todo estado de corrupción o cualquier posible desviación de su propósito inicial. No es el desencanto entonces, es la pereza la que me domina, una pereza densa como niebla sobre la tierra fresca, dificulta la respiración y entorpece el andar: es la alienación a las masas, la más terrible de las enfermedades sociales.

Producto de la información y la constante acción intelectual y reflexiva es el desencanto; o al menos eso dicen los posmodernos hundidos en sus estudios en revisión constante y metódica de la realidad, analizan y visualizan o incluso predicen el futuro desastroso al cual se dirigen las torpes masas de gente inconsciente. La alienación en cambio, es fruto de eso que llamamos maldad, pero que confundimos terriblemente. La maldad no se encuentra únicamente o en mayor medida en la intención de hacer daño. La maldad, esa que destruye y nos sume en esta terrible realidad apocalíptica es la de la pérdida de valores, la pérdida de esperanza, la inacción, el egoísmo; y de ello todos somos víctimas y victimarios.

De ello no hay a quien echarle la culpa más que a nosotros mismos que nos regocijamos en la inmundicia de esta mezcla de podredumbre, pese a que el contexto en el que vivimos y las condiciones en las que nacimos que no pudimos elegir, porque la decisión de mantenerse en ese estado flotante en el éter en vez de elegir quitarse la venda de los ojos y sentir el duro sacrificio de soportar y luchar contra la terrible realidad que nos acosa es una decisión personal. De una forma muy vulgar, pero siendo una metáfora comercial que muchos deben conocer, yo repetiría, es como elegir entre la píldora azul o la roja de Matrix.

Yo ya elegí mi camino, y aún así no faltan días en los que haya añorado o solamente reflexionado ¿Qué sería de mí si nunca hubiera tomado esa píldora de cruda realidad? ¿Qué sería de mi si me mantuviera en la ignominia que hoy domina al 90 % del mundo sino es que a más? Hoy ya no puedo imaginarme siquiera en ese estado de aletargamiento, me causa repulsión, como me causa repulsión cuando me doy cuenta que reproduzco mucha de esa actitud.

La lucha cansa, la lucha agota cada músculo de tu ser y te invita a ser pervertido hasta los huesos por la cómoda posición de la ignorancia y la indiferente inacción, pero la lucha sigue y nos persigue en cada momento de la vida. No nos podemos dejar sorprender, no debemos dejarnos caer, aunque los resultados de nuestra victoria no los lleguen a ver ni nosotros ni las inmediatas generaciones por venir.

Combate, resiste, rebélate, libera tu cuerpo mente y alma. Continúa “hasta la victoria… siempre”.

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